Dibujos de Miguel Carmona Virgen
Honorato el pulpo quería ser bailarín. Soñaba,
anhelaba, tener cuatro pares de zapatillas livianas, muy livianas, para bailar
con ellas en medio de cualquier corriente marina. Se preguntó si alguien sabía
dónde encontrarlas. A los primeros que se acercó a interrogar fue a cangrejos y
camarones, langostas y langostinos. A ellos antes que a nadie porque, aunque
tienen cinco pares de patas, se mueven ligeritos, ligeritos. Preguntó también
al dragón de mar foliado, tan elegante; al hermoso Monstruo acuático, a las
estrellas de mar… pero nada. Ninguno ha usado jamás zapatos ni zapatillas. Y no
sólo no le informaron; se rieron mucho por la graciosa pronunciación del
pequeño molusco. Tenía que soplar con fuerza para que le saliera el sonido de
la zeta, y abrir mucho la boca para pronunciar la doble ele, aunque por lo
general no lo lograba. Su corta edad no se lo permitía.
Pero si alguna cualidad tenía el pulpito, era
su gran ánimo. Sus tres corazones latían suavecito, confiados cada vez que
emprendía una nueva aventura.
Se encaminó velozmente a lo más profundo de los
mares, envuelto en una nube de agua y tinta. Fue en busca del más antiguo pez,
el más sabio: Don Celacanto.
-No las necesitas –le contestó lacónico.
Tampoco esto desanimó al joven octópodo. De
nuevo en retropropulsión, se encaminó a su casa entre los agujeros de un montón
de rocas. Necesitaba pensar con calma cómo lograr su objetivo. Concluyó que tal
vez lo que no comprendían sus amigos era la razón por la cual quería lucir
elegante al menos una vez. Verse como un auténtico bailarín. Un bailarín de
cartelera. Pero claro que eso no era un obstáculo para que él siguiera bailando
mecido por las corrientes del mar.
Sus vecinos lo vieron regresar hecho la raya,
sin que se detuviera a hacer más preguntas o a conversar, como era su
costumbre. Lo querían muchísimo y lo admiraban por su gran inteligencia y su
buen carácter. Se sintieron mal no sólo por no haberlo apoyado; se
arrepintieron por haberse reído de sus ocurrencias y su peculiar pronunciación.
Aunque bien sabían que Honorato no se preocupaba de las risas.
Las conchitas y los calamares convocaron esa
tarde a una reunión para formar un Concejo Marino. El cariño por Honorato les
hizo ponerse en acción. Querían que se sintiera respaldado.
Acordaron reunirse al día siguiente para
diseñar las zapatillas que la cría soñaba. Querían darle gusto a su pequeño
buen amigo, aunque para ellos el asunto de las zapatillas no era importante.
Les importaba él, verlo contento.
Las hicieron con algas marinas. Sin anticiparle
nada, le pidieron que bailara para todos el siguiente fin de semana. Honorato
aceptó de buen grado. Le encantaba bailar. Pero sin zapatillas… No le dejaron
continuar. De hecho, él mismo se rio de lo que parecía una necedad más que un
deseo.
Llegó el día en que el pulpo haría su aparición
artística.
Las caracolas dejaban escapar dulces notas, los
cangrejos hacían sonar sus tentáculos y las ostras tintineaban sus perlas
dentro de las valvas.
Honorato apareció sonriente, dispuesto al
baile. Antes de que se acomodara para iniciar, los camarones corrieron a calzarle
los ocho tentáculos. Se entusiasmó tanto por la sorpresa que, sin querer,
expulsó con demasiada fuerza el agua de su sifón.
Salió disparado a casi un kilómetro de donde
iniciaría la danza.
Las zapatillas salieron expulsadas con fuerza
de sus tentáculos, estrellándose y desgarrándose contra los asombrados corales.
El público enmudeció. Expectantes, todos los
habitantes del mar ahí presentes veían a su amigo con ansiedad, anticipándose a
su desilusión.
Pero él ni cuenta se dio. Estaba tan contento
de bailar y de haber recibido el regalo sorpresa, que sólo reparó en la
ausencia de las anheladas zapatillas cuando miró las puntas de sus brazos.
Honorato cambió varias veces de color, abrió
grandes los ojos y dejó correr dos lágrimas… ¡Así de fuertes eran las
carcajadas que se le escaparon, mientras en medio de otra nube de agua y tinta
iba de un lado a otro, sin parar de bailar!